Los niños más cabrones de mi clase iban a clases de karate. Supongo que sus
padres veían en ellos cierto potencial que había que desarrollar. La
psicopatía, si no se cuida, acaba por atrofiarse, limitándose sólo a
ocasionales ataques de ira. Es más fácil solucionar los problemas hablando
que liándose a hostias. Claro, los niños siempre van a lo cómodo y se
olvidan de que tienen puños.
La escuela activa
La escuela activa, un sistema pedagógico que estaba muy en boga cuando yo
era pequeño, fue una de las impulsoras del karate. De ahí lo de “activa”.
Últimamente, una pandilla de místicos chilenos está desarrollando una nueva
concepción del karate que traiciona las bases de la escuela activa,
basándose en no sé qué historias sobre la recuperación de la tradición y de
la espiritualidad de las artes marciales. Mariconadas, en definitiva, que
acabarán convirtiendo las clases de karate en performances para
afeminados. Atentos a la
reflexión del señor Fariña:
Si aceptamos que Karate es amor, es
espiritualidad, es la conexión con el universo, con la energía vital, con el
Ki; ¿qué es entonces la competición? Dejaré planteada la incógnita, pero
antes vuelvo a preguntar: ¿qué sentido tiene el vencer a otra persona? ¿Cuál
es el placer de hacerle daño a un compañero de entrenamiento? ¿Qué quiero
demostrar al fracturar una costilla?
No perdamos tiempo, despertemos
y lancémonos a la aventura del crecimiento personal, de la búsqueda del
propio yo.
¿Le parece bien lo que está haciendo, señor Fariña? Está usted incitando a
los niños a hacerse pajas en vez de enfrentarse al otro, a la altérité, que
diría el filósofo Derrida. Mucho Ki, mucho universo y
mucha energía, pero el cuerpo de la Guardia Civil cada vez está más falto de
gente con valor. Mis compañeros de clase tenían los huevos como cabezas de
enano, y los críos de hoy en día cantan cancioncitas de mierda que escuchan
en Operación Triunfo.