En 1895, en San Petesburgo, nacía Piotr Eraserovich, uno de los grandes
desconocidos de la historia del arte cinematográfico. Obligado por su padre,
estudió Filosofía y Arte en la Universidad de su ciudad. Él jamás quiso
estudiar en la Universidad, la educación, y la filosofía en concreto, le
parecían contrarias a los principios del nuevo régimen soviético, al que se
sentía muy cercano. Sin embargo, en aquellos años el régimen estalinista (en
el que también se pasa hambre) andaba falto de cineastas y esquiladores. Y
al joven Piotr le horripilaban las ovejas.
Cinematográficamente, de su etapa soviética, no queda apenas obra, excepto
una pequeña animación de treinta segundos en la que un Stalin de plastilina
sodomiza un cura ortodoxo (o a Papá Noel, no se sabe con certeza). Por
entonces su concepción del cine era muy distinta a la de su coetáneo
Eisenstein: "No es que esto de inculcar el bolchevismo a la masa esté mal,
pero si siguen pagando la entrada con cucharones de sal no llegaremos muy
lejos. ¿Nadie se ha preguntado por qué los cineastas de nuestra madre Rusia
tienen todos la presión tan alta?"
Piotr Eraserovich jamás se habituó al abecedario cirílico, por lo que, a
mediados de los años treinta, con cuarenta años, abandonó su país, la
religión ortodoxa, se afeitó, y se nacionalizó alemán. Y así termina la
etapa soviética de Eraserovich.
En Alemania, no rodó nada propio (excepto un desafortunado anuncio de kippas
que no llegó a ver la luz), pero trabajó para Lang, con el que aprendería
los entresijos del cine de ciencia ficción, que tan útiles le resultarían en
Estados Unidos después de que el Führer alegremente le invitara a salir del
país.
En Hollywood su suerte no mejoraría, pero fue de los primeros en descubrir
en el cine sonoro una fuente de transmisión de ideas. Lo intentó, como
tantos otros cineastas europeos, con el cine negro.
El público americano no pudo digerir bien las tramas de Eraserovich, como
ilustró un crítico de la época: “Es intolerable que en una película de
gángsteres y espías el protagonista resuelva la trama simplemente dejando de
pensar en ello y pidiendo unas tortitas.”
Cuando contaba con casi sesenta años y estaba totalmente alejado de la
industria cinematográfica que le había marginado, encontró,
inexplicablemente, financiación para realizar una serie de largometrajes que
fundarían un nuevo género: la Filosofía ficción.
Había entendido, tardíamente quizá, que la filosofía en el cine debía
plantearse de una manera más amena y comercial, de ahí surgieron títulos
como: El ataque de los filósofos marxianos del planeta rojo, El
filósofo que medía 20 pies, Nietzsche versus Superman o El
planeta de los semióticos. Eran películas de bajísimo presupuesto y
temas aparentemente banales, pero que esconden una profunda problemática no
al alcance de todos.