Afortunadamente, la eficacia de la Iglesia a la hora de prohibir y censurar
ciertas conductas ciudadanas ha ido decreciendo con el tiempo. Ello tiene
sus ventajas y sus inconvenientes: hoy en día cualquiera puede expresar
libremente su opinión en público, a pesar de que ello incluya necesariamente
a Pilar Rahola.
Aunque se hayan ido estableciendo los límites del poder eclesiástico, hay
parcelas en las que dicho poder sigue actuando de forma más o menos
implícita. Un claro ejemplo de ello es el juego del incienso, un deporte
que, a causa de tener sus orígenes en un ritual religioso, es perseguido por
las autoridades eclesiásticas como si se tratara de una herejía y, por
consiguiente, acaba siendo practicado por una minoría de temerarios “infieles”.
Actualmente casi nadie sabe en qué consiste el juego del incienso. De hecho,
ni siquiera existe una denominación común de este deporte. Los ingleses lo
llaman “Incensing”, y en Francia se habla del “Jeu de l’Encensoir”. Ambas
denominaciones refieren a la misma práctica, que yo he decidido traducir al
castellano, aunque sea provisionalmente, con la expresión “juego del
incienso”.
Como sabrán, el incensario es un recipiente en el que se quema incienso,
produciendo una característica humareda y un olor que, personalmente, no
soporto. Se usaba antiguamente en las iglesias como si se tratara de un
ambientador, ya que en ocasiones la gente pernoctaba en ellas y la estancia
podía acabar oliendo a tigre. Actualmente el uso del incensario pervive como
un rito, y el célebre
botafumeiro de Santiago de Compostela vendría a ser un “cacho
incensario”, el IMAX
del rito del incienso.
En un momento determinado a alguien se le ocurrió que el rito del incienso
podía convertirse en un deporte. Llegaron a crearse unas reglas del juego
complejas y muy estrictas, y aún hoy se sospecha que en ciertos rincones del
planeta se celebran partidas clandestinas de “Incensing”. Por lo que he
podido descubrir en mis investigaciones, el juego del incienso se lleva a
cabo mediante varios equipos de tres o cuatro individuos, que tienen como
objetivo ir oscilando el incensario al unísono, como si se tratara de un
péndulo. Tarde o temprano, los jugadores acaban perdiendo el compás y quedan
eliminados. Aquellos que consiguen oscilar el incensario sin vacilar y sin
perder el ritmo, dejando atrás a sus competidores, ganan el primer juego.
Posteriormente los ganadores de los distintos equipos se enfrentan en otro
juego, y así sucesivamente. Parece un deporte relativamente sencillo, pero
los verdaderos expertos poseen técnicas realmente sofisticadas que les
convierten en imbatibles. Fíjense en este esquema encontrado en el cuaderno
de un presunto jugador clandestino:
Es posible que en un futuro el juego del incienso deje atrás el lastre de la
religión y sea visto como un deporte más, al nivel de la petanca, el ajedrez
o el "curling". De momento, los torneos de “Incensing” están tan mal vistos
en la sociedad como las peleas de gallos o la exploración nasal en los
semáforos.